
Trump: La manzana de la discordia electoral
“Para la más bella” decía aquella manzana dorada que la diosa griega Eris arrojó en una fiesta de divinidades. Este fruto, aparentemente inofensivo, desencadenó una lucha entre tres diosas que desembocaría en la famosa Guerra de Troya. En efecto y para Eris, cual diosa de la discordia, se descubrieron ciertos deseos de venganza, pues en ese momento no habría sido oportunamente invitada. Este año, una figura igualmente polarizadora ha regresado, posiblemente sembrando disputas, rivalidades y sorprendentes resultados electorales: Donald Trump.
El retorno del magnate republicano, bajo el icónico lema Make America Great Again, activó tensiones que impactaron de lleno en la política interna de países en diferentes latitudes. Desde los primeros días dejó claro que su agenda no venía a calmar las aguas: volvió a hablar de tomar el Canal de Panamá por medios coercitivos y de forzar la compra de Groenlandia a Dinamarca argumentando razones estratégicas.
Simultáneamente, iniciaron imposiciones arancelarias a países como México y Canadá, extendiéndose al resto del globo, incluso a las islas Heard y McDonald, en las que solo habitan pingüinos. El mensaje era claro: Estados Unidos primero, todos los demás después. La diosa de la discordia, Eris, llegó a la Oficina Oval y, con ella, cinco manzanas listas para viajar a sus destinos.
La primera manzana estaba dirigida a Groenlandia, en medio de unas elecciones marcadas por el impulso de independizarse de Dinamarca. Fue entonces cuando las amenazas de Trump catapultaron al partido opositor Demokraatit (Demócratas) al poder. Este logró triplicar sus votos y así pasó de cuarta a primera fuerza parlamentaria. Este resultado dejaba fuera a los dos partidos que se alternaban en el poder desde hace 45 años. Jens Frederik Nielsen, líder del nuevo oficialismo, dejó clara su postura en una conferencia de prensa: “Somos groenlandeses. No queremos ser estadounidenses, tampoco queremos ser daneses”. La frase no solo muestra una fuerte identidad nacional, sino también un marcado rechazo a la intromisión extranjera.
La segunda manzana llegó a Canadá en el momento en que el Partido Liberal —con el ex primer ministro Justin Trudeau a la cabeza— caía en picada en las encuestas. Los sondeos posicionaban al opositor Partido Conservador con más de 20 puntos de ventaja. Sin embargo, todo cambió con la renuncia de Trudeau y la radicalización discursiva del conservador Pierre Poilievre, bautizado como el “Trump canadiense”. El nuevo líder liberal, Mark Carney, apostó por hacer una campaña de oposición frontal a la figura de Trump, apelando al nacionalismo moderado. El resultado fue una inesperada remontada histórica en la que el Poilievre perdió la posibilidad de suceder a Trudeau y también su escaño en el parlamento.
La tercera manzana cruzó el Océano Pacífico y aterrizó en Australia. El líder opositor, también identificado como el “Trump australiano”, apostó por un discurso confrontativo y rupturista. Las encuestas lo favorecían ampliamente, similar al caso canadiense... hasta que llegó el fruto dorado. El primer ministro laborista Anthony Albanese, cuya popularidad caía en picada, reaccionó con un giro discursivo más centrado y pragmático. En un contexto donde los efectos económicos globales ya se sentían, su promesa de estabilidad y gestión responsable resonó más que los eslóganes incendiarios. El final de la contienda resultó en una aplastante victoria del laborismo: 85 de los 150 escaños fueron para el oficialismo.
El sudeste asiático no pudo rechazar la cuarta manzana, y dejó que se pose en Singapur. En el tigre asiático el Partido de Acción Popular, gobernante desde la independencia, venía perdiendo apoyo sostenidamente. Por primera vez el Partido de los Trabajadores parecía tener opciones reales de ganar. Sin embargo, la incertidumbre económica global, magnificada por las decisiones comerciales de Trump, reconfiguró el humor electoral. El oficialista Lawrance Wong se posicionó como el candidato que podía garantizar estabilidad ante el caos externo. Pese a que la oposición tenía propuestas sociales fuertes, la seguridad económica terminó inclinando la balanza.
La última manzana, que fue soltada en Polonia, es el gran contrapunto de las anteriores. Karol Nawrocki, con un discurso ultranacionalista, anti-Unión Europea y anti-OTAN, hizo campaña abrazando abiertamente la figura de Trump. Incluso viajó a EE. UU. para obtener su apoyo directo. Tras quedar segundo en la primera vuelta, derrotó en el balotaje al presidente en funciones, Rafal Trzaskowski. Su victoria marca un giro iliberal en Polonia y un nuevo contrapeso al primer ministro Donald Tusk, europeísta moderado. Aquí Trump no hizo de Cuco, sino que fue el modelo a seguir de Nawrocki y funcionó.
El regreso de Trump a la Casa Blanca no solo hizo temblar la política interna estadounidense, sino que remeció los tableros electorales a nivel mundial. Como la manzana de Eris, su figura no da respuestas, pero plantea dilemas. No propone soluciones concretas para ninguno de los casos, pero obliga a cada sociedad a posicionarse a favor o en su contra, a redefinir sus liderazgos y discursos.
Todavía no hay una tendencia clara: algunos oficialismos resistieron oponiéndose a él, otros triunfaron siguiendo sus pasos. Como en el mito, Trump no siempre es protagonista del conflicto, pero siempre funciona como catalizador. No necesita intervenir directamente, le basta con proyectar su sombra para que su imagen tome dos posibles roles: enemigo útil o modelo aspiracional. El magnate republicano es la ficha que nadie puede controlar del todo, pero que todos deben tener en cuenta.

- Gabriel A. Burga G.






